Miradlos ahí:
estáticos e inhiestos
frágiles al rigor de la mirada
al murmullo del humus,
acaso asustadizos ante un soplo de viento.

Escuchad mi pulso,
mi temblor
atended, avecillas, mi temor
y llorad conmigo. Volad,
volad muy lejos
hasta rozar sus labios.
Tal vez se plieguen en un beso.

(........)

¿Quién con su mano eterna
nos siembra claro y nos recoge espeso?
¿Qué otra razón sino la suya cuaja
nuestra cosecha? ¿Qué bravío empieza
a dar sabor a nuestro fruto? ¡A ese,
parad a ese, a mí, paremos todos:
nuestra semilla al viento!
Pero qué inporta. ¡Ved, ved nuestro surco
avanzar como la ola,
vedle romper contra el inmenso escollo
del tiempo! Pero qué importa.

(...........)

Fragmento del poema de CLAUDIO RODRÍGUEZ
"Cosecha eterna"


¿Y dónde fue a para nuestra cosecha?
aquélla que sembramos grano a grano
-parcelado el corazón-
semillas de pasión bajo tormenta,
el verbo que era el dueño,
la carne, por ventura, el vasallo.

¿Para qué quiero yo la carne, ahora, sin el verbo?

Me engalané sin prisas,
por la mañana.

Cubrí de tul mi pelo
de raso mi cintura
con encajes mi pecho
mis muslos de esperanza.
Y como falda me puse
aquél vestido blanco
que le compró mi abuela
un día, a una gitana.

Y así engalanda
suspiraba la tarde
y suspiraba yo
sentada en la ventana.

Integrarse en el otro
con la misma naturalidad y sapiencia de la piedra
y respirar y nutrirse
del mismo éter,
y sentir al unísino:
sentir las estaciones en la piel
y siempre amordazadas las bocas
una contra otra.

Así, así querría integrarme yo.

Qué es la felicidad, me preguntaron.
Y yo respondí:
Mira esa pequeña isla en el Adriático
alejada, oculta a la civilización.
Cobíjate y aspira su aroma
a mar y a sal. Aspira su esencia
y llévatela en tu retina.
Y cuando la nostalgia quiera derretirte
vuelve, regresa a esa pequeña isla
y tal vez te roce la felicidad.


Dedicado a mi amigo Leonardo de Montevideo.

El tiempo se pierde
allá en la distancia.
Y es la tierra seca
mi suave almohada.
Y el viento en el árbol
suena como el arpa.
Y un pájaro loco
canta en la enramada.
Y nadie lo escucha
ya nadie en su jaula.

Piensa en lo que queda
cuando el tiempo pasa.

Si al despertar sientes una suave

caricia, no creas que es la brisa

pronta del alba. Son mis labios

en plegaria. Susurran tu nombre.

No desdeñes sus versos cálidos.

Áspiralos, siente su fragancia

ahora que la humedad los cubre.

Y si al despertar, no sientes nada,

huye, escápate en la bruma. Vete.

Tantas preguntas por hacer
tanto por decir
tantas palabras silenciosas
tanto tiempo perdido.

Se marcha el tiempo
y crece la yerba
y el sol la abrasa
y el silencio es una espesura.

Tanto tanto tanto...

Para qué tan poco
siendo tanto...